Érase una vez en un país muy lejano, - a diez horas de avión, más o menos-, que vivía una niña, o más bien adolescente, cuya madre había fallecido, y cuyo padre había vuelto a casarse (bueno, en realidad eran pareja de hecho), con una mujer que no era buena con ella, ya que sufría trastornos graves de personalidad, rayando en la esquizofrenia, como luego veremos. La niña en cuestión se llamaba Blancanieves, porque, aunque en el registro civil aparecía como Yenifer Melodie, le llamaban así por ser blanca como la nieve, y de una belleza y elegancia tal, que ya había quien había sugerido que sería top-model, o, cuanto menos , miss de su localidad. Blancanieves, al ser tan hermosa, despertaba celos en la nueva pareja de su padre, quien tenía la costumbre de hablar con un espejo, el cual, sorprendentemente le respondía, no sabemos muy bien, si por poseer dotes paranormales, o por sufrir alucinaciones auditivas debido a su trastorno. Fuera como fuera, ella le preguntaba al espejo quien era la más guapa de dicho reino -perdón, comunidad autónoma- a lo que el espejo respondía, en un exceso de sinceridad ilusoria: Blancanieves es la más bella. No pudiendo resistir la envidia, pensó en acabar con la vida de la chica, para lo cual contrató a un asesino a sueldo, que en realidad era un portero de discoteca con unos bíceps superlativos, que necesitaba hacer trabajos extras porque ganaba poco y gastaba mucho, y planificó el secuestro y posterior asesinato, ordenándole que le llevara a un bosque alejado de todos los adosados, parcelitas y urbanizaciones de los alrededores, y allí acabara con ella despiadadamente. Sin embargo no todo sucedió según lo previsto, puesto que el macarra en cuestión resultó ser un sentimental, para según qué cosas, y al comentar con la chica algo de sus respectivas infancias, comprobaron que habían nacido en pueblos vecinos, y eran , incluso, primos lejanos, por parte de padre, teniendo en común el apellido Cantalapiedra, por lo que no fue capaz de matarla, y la dejó en el bosque, no sin antes alertarla de los planes de la madrastrona, para que no volviera a su casa.
Por otra parte, el padre de la niña, de cuya personalidad no sabemos mucho, estando eclipsado en el cuento por estas dos mujeres (cónyuge e hija, mala y buena, entiéndase...), denunció a los medios de comunicación la desaparición de la chica, y su foto apareció en todas partes, tele, radio periódicos e Internet, así como en todas las paredes de todos los institutos de la comarca. Ay, perdón otra vez, comunidad autónoma.Pero ni rastro.
Blancanieves vagaba por ese bosque tan aislado en estado de shock, y cuando ya pensó que le iba a dar una bajada de azúcar de no comer, divisó a lo lejos una casita preciosa, que no era ni parecida a las que ella estaba acostumbrada a ver, por lo que llegó a preguntarse si estaría metida dentro de un cuento.Con cautela y curiosidad (y mucha hambre), se fue acercando Blancanieves a la casa. Al llegar comprobó que la puerta estaba abierta, y aunque sabía que estaba cometiendo un allanamiento de morada, entró.No se oía nada. Todo estaba en orden y muy limpio. En la habitación siete camitas. En la mesa, siete platos. En la percha, siete chaquetones. Pero todo pequeñito, pequeñito.Blancanieves, cuyo número de la suerte era el ziete, perdón, el siete, porque había nacido un siete del siete, San Fermín, por cierto, pensó que había tenido mucha suerte, y ciertamente la había tenido, porque aquello se trataba de una pequeña comuna de siete miembros masculinos de la APPCEC (Asociación de Personas con Problemas de Crecimiento Ecologistas y Campestres), que, como se dedicaban casi todo el tiempo a hacer terapia de mini-grupo, eran súper equilibrados y súper buena gente, y, como además estaban súper aburridos de vivir apartados del mundanal ruido, les hizo mucha ilusión la llegada de Blancanieves, a la cual mimaron y cuidaron desmesuradamente.Así fue como Blancanieves y los siete enanitos quedaron para siempre unidos en la memoria universal.
Pero toda felicidad es pasajera, y después de siete meses de absoluta tranquilidad, y vida sana, y amistad, y buen rollo, y té verde, un día llegó una anciana con una manzana roja (roja de vergüenza, de lo mal que iba a quedar ante todos los niños que leen cuentos...). La anciana, no era una anciana, como ya sabemos todos desde pequeñitos, era la segunda mujer de su padre, que, extrañada de que ni bomberos, ni policía, ni siquiera los cuerpos especiales con perros especializados, hubieran encontrado el cadáver de la niña, después de rastrear toda la zona, sospechó que estaba viva. Y así se lo confirmó el espejo, y las cartas del tarot del imitador de Rapel de dicho reino. Ay, perdón,reino no...
Y, ni corta ni perezosa se disfrazó de vieja, y le inyectó a la manzana una dosis de Orfidal como para matar a una ballena.
Blancanieves estaba sola cuando llegó la vieja, porque los enanitos habían ido a buscar matojos (ya que la mina había cerrado por la desaceleración económica reinante...) y ella, que con esos siete meses de relax y armonía se había vuelto muy inocente y confiada, y pensaba que "to er mundo e bueno", se comió la manzana, y se quedó profundamente dormida.Pero un golpe de buena suerte hizo que el Orfidal estuviera caducado y no se murió.Eso sí, durmió y durmió. Y los siete enanitos, que como ya dijimos, no eran más que personas que por problemas metabólicos no habían crecido suficientemente, la cuidaron durante el sueño, y le pusieron (uno de los enanitos era médico: Sabio, claro) un suero para que no muriera por inanición.Y, de pronto sucedió algo extraordinario. Se acercó hasta aquellos lares un muchacho súper súper, mezcla de Richard Gere y George Cloony montado, no en un caballo, sino en un cien caballos, último modelo, elevalunas eléctricas, cierre centralizado, etc. Y paró delante de la casa, ya que era fotógrafo y venía buscando imágenes curiosas.
-Oh, qué casa más bucólica pastoril, me recuerda a los cuentos de mi infancia, dijo.
Y entró. Sin saber, como siempre sucede, que allí estaba el amor de su vida. Y así fue: verla y enamorarse fue una misma cosa, aunque en esta ocasión no se pudo producir el cruce de miradas, ya que ella estaba dormida. Bueno, fue un enamoramiento no sincronizado y unidireccional, pero se enamoró, y la besó, y los enanos le acusaron de acoso sexual hacia una chica en coma, pero con tanto jaleo, ella se despertó, y al ver a ese muchacho, después de tanto tiempo de aislamiento y abstinencia, también se enamoró, y apaciguó a los enanos.
Blancanieves se despidió de los enanitos de forma efusiva, les dio mil veces las gracias, gruñó Gruñón, Sabio le dio consejos (médicos), Mudito le dijo que no la olvidaría con el lenguaje de signos, etc., etc. Se intercambiaron los Messenger para no perder el contacto, y luego ella se largó con el fotógrafo, que, como hemos dicho estaba de miedo, y fueron felices, y comieron perdices. Bueno, perdices no, porque se hicieron vegetarianos, pero comieron mucha lechuga y muchos tomates, y fueron felices durante un tiempo, porque como ya todos sabemos a estas alturas, ni el amor, ni la felicidad, son para siempre.
Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.....