Ese cinco de Enero en casa había lentejas para almorzar. A la niña las lentejas le gustaban mucho, pero ese día, con los nervios, no tenía manera de acabar el plato. Su madre le amenazó:
-O te acabas todo, o no vas con tu padre a La Residencia.
Para la niña ir con su padre a La Residencia el cinco de Enero, era lo más especial que le pasaba cada año. Se sentía, reina por un día, protagonista de un cuento.
Melchor, Gaspar, y sobre todo Baltasar eran recibidos en la puerta de la Residencia por papá, donde había un letrero que ponía "Hospital Manuel Lois" y que este año por primera vez era capaz de leer sola. Primero, papá les invitaba a unos dulces y un vinito, y luego les guiaba por ese inmenso Hospital, hasta llegar a las habitaciones de los niños que estaban malitos. Y los Reyes Magos les daban juguetes a dichos niños y niñas, los cuales estaban metidos en cama unos, andando con sus pijamas puestos, otros; unos pijamas idénticos para todos... Los niños abrían los ojos de par en par cuando les veían entrar en la habitación, y se quedaban sin palabras, y asentían con la cabeza cuando Melchor les preguntaba si habían sido buenos.
La niña hacía todo el recorrido de la mano de su papá, los Reyes la llamaban por su nombre, siempre sabían alguna cosa de ella, si había sacado buenas notas, si esta vez en gimnasia había tenido un seis por no querer hacer la vuelta de campana, si había sido un poco desobediente...También sabían que tenía un hermanito pequeño y le preguntaban si lo quería mucho. Ella casi no contestaba, su habitual timidez se veía multiplicada por infinito.
Al acabar el recorrido los pies de la niña ya no tocaban la realidad. Le parecía estar soñando, la gente se agolpaba al paso de la comitiva; enfermeras, médicos, celadores, enfermos, monjas y familiares saludaban a los Reyes, y estos les daban caramelos, para todos tenían palabras amables. Papá pisaba seguro, con pie firme, conocía el terreno, y ésto le daba una seguridad muy grande a la niña. La seguridad de papá en medio de todo aquel tumulto era lo único que la retenía al suelo para no salir volando como un globo inflado de magia.
Los guantes blancos de Melchor, el extraño color de cara de Baltasar, las estrellas de la capa de Gaspar, las sonrisas, los caramelos, los pijamas de los enfermos, la emoción de las madres, las batas blancas, los juguetes nuevos , todos eran luces, destellos, ilusión, unas cosas se confundían con otras, la realidad quedaba muy lejos, hacía siglo que se quedó en casa con mamá y el niño.
En la puerta papá despedía a Sus Majestades, que volvían a decirle a la niña lo del seis en gimnasia que había que mejorar, y que había que ser buena y querer al hermanito, y ella les oía, silenciosa, con una sola preocupación: "¿Le dejarían esta noche la cocinita y el coche de capota?" Pero muda como estaba no se atrevía a preguntar, y esa incertidumbre se le quedaba dentro, durante todo el tiempo de la cabalgata, cuando ya los reyes no eran de ella sino de todos los niños de Huelva, y los veía de lejos, perdiéndose entre una nube de luces, caramelos, manos levantadas, ojos brillantes,música, griterío, y una ilusión que parecía materializarse en el aire, como si los Reyes al pasar transformaran la realidad a su paso, y las calles de todos los días ya no parecían las mismas calles... ¿Cómo iban a ser esas calles las mismas que atravesaba para ir al colegio todos los días? ¡¡No se parecían en nada!! Las de todos los días eran calles vulgares, las del cinco de Enero, eran mágicas, etéreas.
Y luego, al llegar a casa, con el pijamita puesto, a salvo ya del frío, seguía temblando por dentro: "¿ Y si no me traen la cocinita, y si no me traen el coche capota, y si me dejan carbón..?".
Esa inseguirdad que acompañaría siempre a la niña, incluso cuando ya no fuese una niña, hacía que a la mañana siguiente no quisiera abrir los ojos, cuando mamá y papá, le decían ilusionados:
-"¡¡Abre los ojos, mira, abre los ojos!!"
Y ella preguntaba,con los ojos tapados:
-"Mamá, ¿me han dejao algo?". Y mamá le aseguraba que sí, y sólo entonces, con esa certeza se atrevía a abrir los ojos, y veía la conicita y el coche de capota, no como simples juguetes, sino como mucho más: como la confirmación de que había sido buena, que no merecía un castigo, y que los Reyes Magos la querían a pesar de haber sacado un seis en gimnasia, y de haber sido un poco desobediente.