Nos subimos a un autocar un domingo a las seis de la madrugada, medio dormidos y sin conocer apenas a nadie. No podía ni imaginar que nue...ve días después, esas caras que para mí eran tan desconocidas tomarían forma, y se convertirían en nombres propios, en seres humanos irrepetibles, no podía ni imaginar que nueve días después, en ese mismo sitio, nos abrazaríamos emocionados y nos costaría despedirnos.
Ese autobús nos llevó hasta Galicia. No sé realmente por dónde empezar a contar. Han sido tantos y tan intensos los momentos vividos, la emoción de ir conformando un grupo tan unido, tan especial…
Hay tantos momentos dentro de mí, que se amontonan y forman una emoción única, tendré que ir entresacándolos con el paso de los días. Andar en fila al amanecer por esos maravillosos paisajes y sentir cómo el sol iba dando luz y calor al mundo. Llegar a los encantadores pueblecitos y auto-regalarnos la cervecita, tan merecida después de la caminata, y sentir la alegría del momento y el calor de la buena compañía. Ir haciendo camino al andar, e ir a la vez conociendo poquito a poco a los compañeros de camino, una conversación, una sonrisa, una palabra de ánimo, un silencio compartido…Nunca una mala palabra, jamás una mala cara.
Andar por los caminos avanzando y cantando (Serrat, Jarcha, ay esa Ana…), con el único propósito de avanzar y cantar, como si no existiera nada en el mundo fuera de nosotros, de ese camino, de esa canción. Llegar a Santiago acercándonos poquito a poco (“ala lalín, lalín, lalín….”), esperándonos para entrar todos juntos, divisando la ciudad primero a lo lejos, luego adentrarnos por sus calles hasta llegar a la plaza del Obradoiro, y al vernos allí, abrazarnos los unos a los otros, llorar de emoción.
Y comer, y beber, y reír. Y abrirnos, y contarnos nuestras alegrías y nuestras penas, las que cada uno ha ido atesorando a lo largo de ese otro camino que es la vida, tan similar al Camino de Santiago…
También en la vida se ríe y se llora, se avanza rápidamente unas veces, y en otros momentos necesitamos parar y descansar. También en la vida nos apoyamos en los demás para seguir adelante, y vamos descubriendo siempre cosas nuevas si somos capaces de completar cada etapa, de no quedarnos parados.
Pasarán los días, cada uno volverá a sumergirse en la rutina del día a día, en sus cosas, y nos iremos alejando, y es normal que así sea. Algunos mantendremos más contacto, con otros se perderá para siempre. Pero estos días compartidos ya nadie nos lo puede quitar.
A esos treinta y cinco compañeros peregrinos (sin olvidar a nuestro guía –líder-, y a nuestro conductor Jorge) los llevaré siempre en el corazón.