Nací en una ciudad bonita. Pequeña, pero bonita. Tranquila y limpia. Cerca del mar. En esta ciudad que es la vuestra y la mía y se llama Huelva. A la que amo con sus muchos defectos y sus virtudes. Pero la buena suerte de haber nacido en esa Huelva a la que apenas recuerdo, se convirtió en mala suerte enseguida. Muy pronto aparecieron los monstruos. Vinieron gente de fuera que nos debían de ver a los onubenses como personas de tercera categoría a juzgar por como nos trataron. Levantaron la Industrias Químicas y Básicas, con esas chimeneas que ya nunca pararían de echar humo. Destrozaron nuestra ría y nuestro entorno. Así crecí, así crecimos los de nuestra generación y los de generaciones siguientes.
Fue horrible. Una pesadilla. Vivimos (entonces y ahora) escapes que se silenciaron. Era el poder económico. Había llegado para quedarse, y el dinero es el dinero. Ya se sabe, se da una propinita y todos se callan la boca. Crecimos cansados de vivir esa injusta situación en la que día a día respirábamos (y por desgracia seguimos respirando) los humos tóxicos que salían por las chimeneas de las fábricas. Cansados del muro de hormigón y gases contaminantes que nos separaba de nuestra ría, que nos condenaba a ser una ciudad maldita, que nos impedía tener la idiosincrasia marinera que nos correspondía. Cansados de abrir las ventanas por las mañanas para ventilar, y tener que cerrarlas porque nos daba miedo lo que entraba. Cansados de que los días de lluvia se "pasaran" más aún.
Luego, comenzamos a convivir con esa alucinante y surrealista balsa de fosfoyesos al lado, como un monstruo devorador que nunca se saciaba. Y siempre con la duda de por qué en Huelva había tantas enfermedades, y que nadie respondiera. Sí, hubo algunos que hablaron claro: los quitaron de en medio. Hemos estado desamparados, los políticos de Huelva no han hecho nada, pero nada nada, por salvarnos de tanta injusticia, se tapaban los oídos, se echaban las culpas unos a otros (ay, esa Junta de Andalucía...), ignoraban, desviaban la atención a temas menos importantes, decían que no había tanta contaminación, siempre han defendido lo indefendible. Nadie nos ha protegido nunca.
En medio de tanta cobardía apareció un grupito de valientes. Gente que no se han acobardado ante críticas despiadadas ni ante amenazas. Que han trabajado con un objetivo claro, inteligentemente, sin hacer ruido pero con mucha constancia y eficacia. Que han llevado nuestra situación a Europa. Que han conseguido cosas importantes. Son el grupo de incombustibles de Mesa de la Ría, a los cuales admiro. Gracias al trabajo de resistencia que se viene haciendo algo está cambiando de dirección. Aún queda mucho camino. Pero no nos vamos a callar. Es el único derecho que nos queda.
Y el pasado lunes, en La Garbanzada, se demostró que no todo en Huelva es cutre. No todo es contaminación física y social. Demostramos que somos muchos los que no entramos por el aro, los que no nos callamos. Los que no sucumbimos. Contaminados sí, pero conscientes. Conscientes ante la injusticia. Ya hemos callado, soportado, sucumbido, padecido bastante. El pasado lunes el arte y la cultura de Huelva unidos bajo la batuta de Mesa de la Ría y con un grito común: NO A LOS FOSFOYESOS. Huelva unida, viva, resistente.